Leyenda del Cóndor
Había una vez, en un pueblo del altiplano peruano, un hombre que amaba mucho a su hija. La hija solía llevar a pastar las ovejas, las llamas y los otros animales.
Todos los días venía a visitarla un joven guapo.Llevaba un traje negro, una camisa blanca y sombrero. Al cabo de un tiempo, el joven y la muchacha se hicieron buenos amigos. Hablaban y se divertían, mientras los animales pastaban en el campo. Un día el joven le dijo: “arrójame al aire y yo haré otro tanto contigo”. Así comenzó el juego. Pero, cuando él la alzó, ella pudo volar.
En realidad, el joven era un cóndor bajo la apariencia humana. Llevó a la jovencita al barranco y la puso en un alto nido. Por dos meses la cuidó, ofreciéndole todo tipo de carne: cruda, asada y cocida. Un año pasó y la jovencita se convirtió en su mujer, dándole entonces un niño.
Pero la pobre lloraba día y noche porque extrañaba mucho a su padre. Se preguntaba todos los días: “¿Cómo puede mi padre vivir tan solo? ¿Quién lo cuidará? ¿Quién está haciendo que pasten mis ovejas y mis llamas?” Le dijo entonces al cóndor: “¡Devuélveme a mi casa, quiero ver a mi padre!” Suplicaba y suplicaba, pero el cóndor no le hacía caso.
Un día un picaflor llegó al barranco en busca del néctar que tanto le gustaba. La mujer, sorprendida al ver a otro pájaro, le dijo: “Picaflor, picaflor, con tus alas pequeñitas, no hay nadie como tú. No puedo bajarme de este nido. El cóndor me trajo a este barranco hace un año y ahora soy su mujer y éste es mi hijo”.
El picaflor le dijo a la mujer: “Escúchame, no llores, te ayudaré. Esta noche iré a la casa de tu padre y le contaré todo. El vendrá a buscarte”. La mujer, muy agradecida, le dijo al picaflor: “Escucha picaflor, tú sabes dónde esta mi casa. Allí tengo un jardín lleno de flores hermosas. Te prometo que, si me ayudas a escapar, todas las flores serán tuyas.”
Esa misma noche el picaflor voló al pueblo y le dijo al padre: “He visto a tu hija. Está en un nido en el barranco, cerca de aquí. Es la mujer del cóndor, pero está muy triste. Quiere volver a casa, pero será muy difícil bajarla. Necesitamos llevar un burro viejo”. El picaflor le explicó su plan al viejo, mientras los dos fueron a buscar el burro.
Más tarde el padre, acompañado por el picaflor, llegó al barranco. Dejaron el burro viejo y flaco en el fondo del barranco, como si estuviera muerto. Pasó un rato y el cóndor lo vio. Mientras se lo comía, el picaflor y el viejo subieron al nicho y bajaron a la mujer.
Después, llevaron dos sapos (un pequeño y el otro grande) y los dejaron allí en el nido. El padre y su hija volvieron felices a su pueblo. El picaflor se fue a donde estaba el cóndor y le dijo: “¡Oye, cóndor, no sabes que ha pasado en tu casa!” “¿Qué pasó?”, respondió el cóndor. El picaflor le dijo: “¡Tu mujer y tu hijo se han convertido en sapos!”
El cóndor se fue volando hacia su casa y cuando llegó, vio que ni la mujer ni su hijo estaban en el nido, sino solamente dos sapos. Abatido, el cóndor volvió a su vida de cazador y el picaflor todavía está en la casa de la mujer bebiendo el néctar de sus flores.
Todos los días venía a visitarla un joven guapo.Llevaba un traje negro, una camisa blanca y sombrero. Al cabo de un tiempo, el joven y la muchacha se hicieron buenos amigos. Hablaban y se divertían, mientras los animales pastaban en el campo. Un día el joven le dijo: “arrójame al aire y yo haré otro tanto contigo”. Así comenzó el juego. Pero, cuando él la alzó, ella pudo volar.
En realidad, el joven era un cóndor bajo la apariencia humana. Llevó a la jovencita al barranco y la puso en un alto nido. Por dos meses la cuidó, ofreciéndole todo tipo de carne: cruda, asada y cocida. Un año pasó y la jovencita se convirtió en su mujer, dándole entonces un niño.
Pero la pobre lloraba día y noche porque extrañaba mucho a su padre. Se preguntaba todos los días: “¿Cómo puede mi padre vivir tan solo? ¿Quién lo cuidará? ¿Quién está haciendo que pasten mis ovejas y mis llamas?” Le dijo entonces al cóndor: “¡Devuélveme a mi casa, quiero ver a mi padre!” Suplicaba y suplicaba, pero el cóndor no le hacía caso.
Un día un picaflor llegó al barranco en busca del néctar que tanto le gustaba. La mujer, sorprendida al ver a otro pájaro, le dijo: “Picaflor, picaflor, con tus alas pequeñitas, no hay nadie como tú. No puedo bajarme de este nido. El cóndor me trajo a este barranco hace un año y ahora soy su mujer y éste es mi hijo”.
El picaflor le dijo a la mujer: “Escúchame, no llores, te ayudaré. Esta noche iré a la casa de tu padre y le contaré todo. El vendrá a buscarte”. La mujer, muy agradecida, le dijo al picaflor: “Escucha picaflor, tú sabes dónde esta mi casa. Allí tengo un jardín lleno de flores hermosas. Te prometo que, si me ayudas a escapar, todas las flores serán tuyas.”
Esa misma noche el picaflor voló al pueblo y le dijo al padre: “He visto a tu hija. Está en un nido en el barranco, cerca de aquí. Es la mujer del cóndor, pero está muy triste. Quiere volver a casa, pero será muy difícil bajarla. Necesitamos llevar un burro viejo”. El picaflor le explicó su plan al viejo, mientras los dos fueron a buscar el burro.
Más tarde el padre, acompañado por el picaflor, llegó al barranco. Dejaron el burro viejo y flaco en el fondo del barranco, como si estuviera muerto. Pasó un rato y el cóndor lo vio. Mientras se lo comía, el picaflor y el viejo subieron al nicho y bajaron a la mujer.
Después, llevaron dos sapos (un pequeño y el otro grande) y los dejaron allí en el nido. El padre y su hija volvieron felices a su pueblo. El picaflor se fue a donde estaba el cóndor y le dijo: “¡Oye, cóndor, no sabes que ha pasado en tu casa!” “¿Qué pasó?”, respondió el cóndor. El picaflor le dijo: “¡Tu mujer y tu hijo se han convertido en sapos!”
El cóndor se fue volando hacia su casa y cuando llegó, vio que ni la mujer ni su hijo estaban en el nido, sino solamente dos sapos. Abatido, el cóndor volvió a su vida de cazador y el picaflor todavía está en la casa de la mujer bebiendo el néctar de sus flores.
Brenda Alexia Motta Zapata.
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